El organismo en lucha contra la infección posee la propiedad de crear nuevos medios de defensa rigurosamente específicos contra cualquier germen que provoca un ataque.
Estos medios de defensa son ciertas proteínas especiales, los anticuerpos, que aparecen en la sangre de los organismos atacados.
Si un individuo es, por ejemplo, refractario a la fiebre tifoidea, mezclando una gota de su suero con otra formada por una emulsión de bacilos tíficos, se comprueba que su suero sanguíneo contiene una sustancia activa contra dichos bacilos.
Un individuo puede estar inmunizado no solamente contra los microbios, sino también contra toda clase de sustancias extrañas que entren en contacto con su sangre.
En general, se da el nombre de antígeno a toda sustancia extraña, de naturaleza proteica, que, introducida en el organismo por vía circulatoria, despierta reacción, y el de anticuerpo a las sustancias originadas en el propio medio humoral, de naturaleza también proteica y que se oponen a la acción del antígeno.